sábado, 19 de abril de 2014

DESCENDIT AD INFEROS (Descendió a los infiernos)


Quinto Articulo del Credo

«Descendió a los infiernos»

En esta primera parte del artículo se nos propone creer dos cosas: • que en muriendo Cristo, su alma descendió a los infiernos y permaneció allí todo el tiempo que su cuerpo estuvo en el sepulcro; • que en ese mismo tiempo la persona de Cristo estuvo a la vez en los infiernos (por la unión de su alma y su divinidad) y en el sepulcro (por la unión de su cuerpo y su divinidad).

[2] 1º Por «infiernos» entendemos, no el sepulcro, sino aquellas moradas ocultas en donde están detenidas las almas que no han conseguido la felicidad celestial. En este sentido la han usado muchas veces las sagradas Escrituras.

[3] Sin embargo, estas moradas no son todas de la misma clase; sino que hay tres de ellas: • el infierno de los condenados (Lc. 16 22.), o gehena (Mt. 5 22.), o abismo (Apoc. 9 11.), que es aquella cárcel horrible donde son atormentadas las almas de los que murieron en pecado mortal, juntamente con los espíritus infernales; • el purgatorio, donde se purifican por tiempo limitado las almas de los justos todavía manchadas antes de entrar en el cielo; • el seno de Abraham, donde residían, sin sentir dolor alguno y sostenidas por la esperanza de la redención, las almas de los santos antes de la venida de nuestro Señor.

[4] A este último lugar descendió Cristo realmente, esto es, su alma (Sal. 15 10.) y su divinidad, y no sólo su poder y virtud.

[5] 2º Este descenso a los Infiernos no disminuyó absolutamente nada del poder y majestad infinita de Cristo, antes al contrario, manifestó claramente que El era el Hijo de Dios, por varias razones: • no bajó cautivo, como los demás hombres, sino libre entre los muertos, victorioso sobre el diablo, y libertador de las almas justas; • no bajó para padecer cosa alguna, como padecían las almas allí encerradas (al menos la privación de la visión de Dios), sino para liberar las almas santas y justas, y comunicarles el fruto de su pasión.

[6] 3º Por lo tanto, dos son las causas por las que Jesucristo bajó a los infiernos: • para liberar las almas de los santos Padres y demás almas piadosas que allí estaban esperando la Redención, y comunicarles la visión beatífica; pues la Pasión fue causa de la salvación no sólo de los justos que existieron después de la venida de Cristo, sino también de los que le habían precedido desde Adán; y, por consiguiente, antes de que el Señor muriese y resucitase, para nadie estuvieron abiertas las puertas del cielo, sino que las almas de los justos, cuando éstos morían, eran llevadas al seno de Abraham; • para manifestar también allí su poder y majestad, como lo había manifestado en el cielo y en la tierra, a fin de que a su nombre se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos (Fil. 2 10.).

CAPÍTULO VI

DEL 5° ARTÍCULO DEL SÍMBOLO

Bajó a los infiernos, y resucitó al tercer día de entre los muertos

I. Cómo hemos de entender la primera parte de este artículo.

91. Es cierto que importa muchísimo conocer la gloria de la sepultura de nuestro Señor Jesucristo, de que se acaba de tratar, pero aun conviene más al pueblo cristiano saber los ilustres triunfos que él sacó de haber vencido al diablo, y de haber despojado las sillas del infierno, de los cuales hemos de hablar ahora juntamente con lo que se refiere a la resurrección. Y aunque de ésta se pudiera muy bien tratar por separado, con todo, siguiendo la autoridad de los santos Padres, hemos creído conveniente juntarla con el descenso de Cristo a los infiernos. En la primera parte, pues, de este artículo se nos propone para creer, que muerto Cristo, su alma bajó a los infiernos, y que permaneció allí mientras su cuerpo estuvo en el sepulcro. Con estas palabras confesamos también que la misma persona de Cristo estuvo en este tiempo en los infiernos y juntamente que estuvo en el sepulcro. Y nadie se ha de maravillar que digamos esto, porque, como hemos indicado muchas veces, aunque el alma se apartó del cuerpo, nunca la divinidad se separó ni del alma ni del cuerpo.

II. Qué lugar es el infierno de que aquí se habla.

92. Mas por cuánto se puede dar mucha luz a la explicación de este articulo, si el Párroco enseña primero qué es lo que se entiende en este lugar por el nombre de infierno; conviene advertir que no se entiende aquí por infierno lo mismo que el sepulcro, como pensaron algunos no menos impía que ignorantemente.
93. Porque habiéndonos enseñado el artículo anterior que Cristo Señor fue sepultado, no había causa alguna para que los santos Apóstoles al enseñar la fe repitiesen una misma cosa de un modo distinto y más oscuro; sino que el nombre de infiernos significa aquellos senos secretos en que están detenidas las almas que no consiguieron la bienaventuranza del cielo. Y en este sentido usan de esta voz las santas Escrituras en muchos lugares. Porque leemos en el Apóstol: “Al Nombre de Jesús se doble toda rodilla, en el cielo, en la, tierra y en el infierno”. Y en los Hechos de los Apóstoles afirma San Pedro: “Que Cristo resucitó desatados los dolores del infierno”. Act. II, 24.

III. Cuántos son los lugares en que están las almas no bienaventuradas.

94. Más no todos estos cielos son de una misma calidad. Pues hay una crudelísima y oscurísima cárcel, donde las almas de los condenados son atormentadas juntamente con los espíritus inmundos en un perpetuo e inextinguible fuego, la cual se llama también valle de tristeza, abismo, y con propiedad Infierno. Además de esto hay también un fuego que purifica, el cual atormentando las almas por determinado tiempo, las limpia para que puedan entrar en la patria celestial, en la cual no se admite nada que esté manchado. Y tanto más cuidadosamente y con frecuencia habrá de tratar el Párroco de la verdad de esta doctrina, la cual los santos Concilios declaran estar confirmada con testimonios así de las Escrituras como de la tradición Apostólica, cuánto estamos en unos tiempos en que los hombres no admiten la sana doctrina. Finalmente la tercera clase de infierno, es aquel en que eran recibidas las almas de los Santos antes de la venida de Cristo Señor, y en donde permaneciendo con la esperanza de su dichosa redención sin dolor alguno, gozaban de aquella morada pacífica. A estas almas, pues, que en el seno de Abraham estaban esperando al Señor, las libró Cristo cuándo bajó a los infiernos.

IV. El alma de Cristo bajó a los infiernos no sólo por su virtud, sino también con su presencia real.

95. Ni se ha de pensar que Cristo bajó a los infiernos de modo que solamente llegase a los mismos su virtud y poder, mas no su alma, sino que se ha de creer constantemente que la misma alma con real y verdadera presencia bajó a los infiernos, sobre lo cual está aquel firmísimo testimonio de David: “No consentirás que mi alma quede en el infierno”.

V. No perdió nada de su dignidad por haber bajado Cristo a los infiernos.

96. Aunque Cristo bajó a los infiernos, nada se disminuyó su poder supremo, ni el resplandor de su santidad contrajo la más mínima mancha, antes este hecho probó clarísimamente que era muy verdadero todo lo que había sido anunciado acerca de su santidad, y que era el Hijo de Dios, como ya antes lo había declarado con tantos prodigios. Y esto lo entenderemos fácilmente comparando entre sí las causas porque Cristo y los demás hombres vinieron a estos lugares.
Los demás hombres habían bajado cautivos, mas él libre y vencedor entre los muertos, bajó a destruir a los demonios que tenían encerrados y constreñidos a los hombres por la culpa. Además de esto, los otros que bajaron, unos eran atormentados con cruelísimas penas, y otros, aunque carecían de pena de sentido, pero como estaban privados de la vista de Dios y con la esperanza de la bienaventuranza, padecían también su tormento. Pero Cristo Señor bajó no a padecer sino a librar a aquellos santos y justos hombres de la miserable molestia de aquella cárcel, y a comunicarles el fruto de su pasión. Por lo mismo bajando a los infiernos, nada se disminuyó su dignidad y supremo poder.

VI. Causas por qué Cristo bajó a los infiernos.

97. Después de explicar estas cosas, se ha de enseñar que Cristo bajó a los infiernos para que quitando a los demonios sus despojos, y librando a aquellos santos Padres y demás justos de la cárcel, los llevase consigo al cielo, lo cual hizo maravillosamente con suma gloria: porque al instante su vista dio una clarísima luz a los cautivos, llenó sus almas de inmenso gozo y alegría, y les concedió también aquella tan deseada bienaventuranza que consiste en ver a Dios. Con esto se cumplió lo que el mismo Señor había prometido al ladrón, diciendo: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Mucho antes había profetizado Oseas esta libertad de los justos, diciendo: “¡Oh muerte! ¡yo he de ser la muerte tuya; seré tu destrucción, oh infierno!”.
Esto declaró también el Profeta cuándo dijo: “Tú libraste también por la sangre de tu testamento a tus presos del lago, en que no hay agua”. Y finalmente esto mismo expresó el Apóstol con aquellas palabras: “Despojando a los principados y potestades infernales, sacó de allí poderosamente a los justos, triunfando gloriosamente por sí mismo”. Mas para entender mejor la virtud de este misterio, debemos recordar muchas veces que por el beneficio de la pasión consiguieron la salud eterna no solamente los justos que nacieron después de la venida del Señor, sino también todos los que le antecedieron desde Adán, y cuántos hubiere hasta el fin del mundo. Y así, antes que El muriese y resucitase, a nadie se abrieron jamás las puertas del cielo, sino que las almas de los justos cuándo salían de este mundo iban o al seno de Abraham, o como ahora sucede también con los que tienen que purgar o satisfacer alguna cosa, se purificaban en el fuego del purgatorio.
Además, por otra causa bajó Cristo a los infiernos, y fue para manifestar igualmente allí su virtud y poder así como lo había hecho en el cielo y en la tierra, y para que a su nombre se doblase toda rodilla así de ángeles, como de hombres y demonios. En lo cual, alguien dejará de admirar y de maravillarse de la suma benignidad de Dios para con el linaje humano, al ver que no se contentó con padecer por nosotros la más dolorosa muerte, sino que quiso asimismo bajar hasta los ínfimos senos de la tierra para sacar de allí sus muy amadas almas y llevarlas consigo a la gloria.

Catecismo Romano (Concilio de Trento)

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