miércoles, 30 de noviembre de 2016

El Cardenal Pell, Prefecto de la Secretaría de Economía de la Santa Sede y miembro del C9 del Papa Francisco, se alinea con los cuatro cardenales y sus "dubia"

Ayer, martes 29 de noviembre, el Catholic Herald se hizo eco de las palabras de S. E. R. George S.R.E. Card. Pell, Prefecto de la Secretaría de Economía de la Santa Sede y miembro del Consejo de Cardenales que aconseja al Papa Francisco en el gobierno de la Iglesia, que pronunció en una charla en la catedral de San Patricio de Londres (Reino Unido), durante la cual se alineó con los cuatro cardenales que presentaron las "dubia" al Papa Francisco. También se refirió a que actualmente hay "numerosos católicos practicantes" que están "desconcertados por el giro de los acontecimientos" en la Iglesia. Además, dijo que una de las causas de preocupación son las falsas teorías sobre la conciencia y la ley moral: la conciencia debe referirse a la Verdad revelada y a la ley moral. Esta es la traducción al español que he realizado a partir del artículo original (en inglés):

El Cardenal Pell dio una charla sobre San Damián de Molokai como parte de la serie de conferencias en San Patricio por el Año de la Misericordia. Pero también reflexionó sobre el catolicismo en la actualidad. Dijo que, si bien el Papa Francisco tiene "un prestigio y una popularidad fuera de la Iglesia" mayor que cualquier otro Papa anterior, algunos católicos están actualmente incómodos. Posteriormente, el cardenal australiano, a quien se le ha pedido dirigir las reformas financieras del Papa Francisco y es miembro del grupo de asesores del "C9" del Papa, criticó algunas de las ideas sobre la conciencia que ahora están presentes en la Iglesia.

El cardenal Pell dijo que enfatizar la "primacía de la conciencia" podría tener efectos desastrosos si la conciencia no se somete siempre a la enseñanza revelada y a la ley moral. Por ejemplo, "cuando un sacerdote y un penitente están tratando de discernir el mejor camino a seguir en lo que se conoce como fuero interno", deben basarse en la ley moral. La conciencia "no tiene la última palabra en muchas ocasiones", dijo el cardenal. Siempre es necesario seguir la enseñanza moral de la Iglesia, añadió.

El cardenal contó la historia de un hombre que se acostaba con su novia y que preguntó a su sacerdote si podía recibir la Comunión. Habría sido "engañoso" decirle al hombre que simplemente siguiera su conciencia, dijo el cardenal. Añadió que aquellos que enfatizan "la primacía de la conciencia" sólo parecen aplicarla a la moral sexual y a cuestiones relativas a la santidad de la vida. Rara vez se aconseja a nadie seguir su conciencia si dicen que son racistas o reticentes a ayudar a los pobres y vulnerables, dijo el cardenal.

Sus comentarios se producen después de tres años de debate sobre la enseñanza de la Iglesia acerca de [dar] la Comunión a los divorciados vueltos a casar. El Cardenal Pell ha sido una de las figuras principales que han mantenido públicamente la doctrina tradicional repetida en la Familiaris Consortio del Papa Juan Pablo II: que los vueltos a casar no deben recibir la comunión a menos que vivan "como hermanos". Pero algunos católicos prominentes han sugerido un enfoque diferente. Por ejemplo, el cardenal Blase Cupich ha argumentado que la conciencia de alguien podría indicarle que puede recibir la comunión, y que "la conciencia es inviolable". El cardenal Pell citó los escritos sobre la conciencia del Beato John Henry Newman, en los que Newman rechazó una "miserable falsificación" de la conciencia que definió como "el derecho a la libre voluntad". Señaló que Newman defendió a los Papas Pío IX y Gregorio XVI, quienes, en palabras del cardenal Pell, "condenaron una conciencia que rechazaba a Dios y rechazaba la ley natural".

El cardenal también rindió homenaje a "dos grandes encíclicas" de San Juan Pablo II, Veritatis splendor y Evangelium Vitae, que presentan la ley moral como algo obligatorio en todos los casos. Al preguntársele si el malestar de algunos católicos por el estado de la Iglesia estaba relacionado con falsas teorías sobre la conciencia, el cardenal Pell dijo: "Sí, es correcto". Y añadió: "La idea de que de alguna manera uno pueda discernir que las verdades morales no deben ser seguidas o no deben ser reconocidas [es] absurda" [...] Todos estamos sometidos a la verdad", dijo el cardenal, señalando que la verdad objetiva puede ser "diferente de nuestra comprensión de la verdad". También dijo que mientras la doctrina se desarrolla, no hay "vueltas de tuerca".

Se preguntó al cardenal Pell acerca de la carta dirigida a Francisco por los cuatro cardenales pidiendo una aclaración de la reciente exhortación del Papa Amoris laetitia. Los cardenales han pedido al Papa que confirme que siguen siendo válidos cinco puntos de la enseñanza católica. Estos incluyen la enseñanza de que los vueltos a casar no pueden recibir la Comunión a menos que vivan como hermano y hermana, y la enseñanza de que algunos absolutos morales no tienen excepciones. El Papa no ha respondido a la petición de los cuatro cardenales, que fue enviada hace dos meses. Los cardenales han tomado esto como una invitación a publicar sus preguntas y continuar la discusión. El representante de los obispos griegos ha afirmado que los cuatro cardenales son culpables de "pecados muy graves" y podrían provocar un cisma. Cuando se le preguntó si estaba de acuerdo con las preguntas de los cardenales, el cardenal Pell respondió: "¿Cómo puede uno estar en desacuerdo con una pregunta?". Dijo que preguntar sobre cinco cuestiones es "significativo".

En su charla, el cardenal Pell retrató a San Damián de Molokai como un sacerdote a veces difícil pero muy santo. Señaló que el ministerio de San Damián estaba motivado en parte por su temor por las almas de los leprosos a su cuidado. El cardenal dijo que la estrategia pastoral de un sacerdote está fuertemente determinada por cuántas personas piensa que se salvarán.

Dijo que las palabras de Jesús, tales como "muchos son llamados, pero pocos son escogidos", sugieren que mucha gente irá al infierno. El cardenal dijo que aunque a él no le haga gracia esta idea, "Jesús sabía más de esto que nosotros", y que "nuestra propia tolerancia a la diversidad puede degenerar" para que creamos que "la felicidad eterna es un derecho humano universal".

El Cardenal Pell dijo que la verdad sobre el castigo eterno se ha minimizado, al tiempo que se ha generalizado una idea equivocada de la conciencia. Una vida pecaminosa hace difícil percibir la verdad, dijo, incluyendo las verdades morales -y así no entender la ley moral podría ser resultado del pecado-. "ahora, la idea de ignorancia moral culpable se discute tan infrecuentemente como las penas del infierno", dijo el cardenal.

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martes, 29 de noviembre de 2016

Otro prelado difamando y amenazando a los cuatro cardenales por las "dubia" sobre la exhortación "Amoris laetitia" presentadas al Papa Francisco

El decano de la Rota Romana, Pio Vito Pinto, en una conferencia impartida en la Universidad eclesiástica San Dámaso de Madrid (España), ha afirmado que los cuatro cardenales (Sus Emcias. Revmas. Walter Card. Brandmüller, Raymond Leo Card. Burke, Carlo Card. Caffarra y Joachim Card. Meisner) que han pedido al Papa Francisco que aclare algunas dudas sobre su exhortación apostólica "Amoris Laetitia", han incurrido en un grave escándalo al publicar esta carta en los medios de comunicación. Estas palabras recuerdan los gravísimos insultos proferidos recientemente contra ellos por el presidente de la Conferencia Episcopal Griega (ver aquí), a la que ahora se añade una amenaza velada -o no tanto- lanzada a continuación: "lo que han hecho es un escándalo muy grave que incluso podría llevar al Santo Padre a retirarles el capelo cardenalicio". Aunque luego matizó: "lo cual no quiere decir que el Papa les retire su condición de cardenales, pero podría hacerlo".

Evidentemente, pese a su aseveración, el único "escándalo" producido es lo que se denomina como "escándalo farisaico", que, según el DRAE, es el "escándalo que se recibe o se aparenta recibir sin causa, mirando como reprensible lo que no lo es". Porque, ¿qué es exactamente lo escandaloso de hacer una petición al Papa para que aclare los puntos confusos de la mencionada exhortación? ¿O va a fingir que no los hay y que éstos no son causa de escándalo -esta vez sí- entre no pocos católicos, comenzando por aquellos adúlteros que hayan entendido que se les está animando a comulgar en pecado mortal? Lo único que se le ocurre decir es que los cuatro cardenales están cuestionando "dos sínodos de obispos sobre el matrimonio y la familia ¡no un sínodo sino dos! Uno ordinario y otro extraordinario. No se puede dudar la acción del Espíritu Santo". ¿Alguien ha leído tal cosa en la carta de los cuatro cardenales? Claro que no, porque no hay tal cosa. Aparte de su juicio temerario, sorprende casi tanto su pretensión de que durante más de dos mil años el Espíritu Santo ha inspirado a la Iglesia algo totalmente contrario a lo sugerido en "Amoris laetitia", así como de ser el Autor de cualquier posible error o malinterpretación del citado documento. Además, tiene mala memoria: los puntos conflictivos que luego recogió la exhortación fueron rechazados por los Padres sinodales.

Una vez más, asistimos a la difamación pública de estos cuatro cardenales, pero, eso sí: sin aportar ni un solo argumento para ello, ni mucho menos para rebatir o aclarar lo que preguntan al Papa. ¿Por qué estos difamadores no contestan a las "dubia"? No es difícil sospechar que a muchos católicos les va a parecer que no pueden... por falta de argumentos. Esta actitud sugiere una pregunta: la tan traída y llevada "misericordia", ¿es sólo para los enemigos de la Iglesia y para los pecadores no arrepentidos? Naturalmente es una pregunta retórica.

Puede leerse la carta con las "dubia" en el siguiente enlace:


Pueden leerse las declaraciones que Vito Pinto ha hecho a Religión Confidencial aquí.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Domingo I de Adviento: comienzan las celebraciones de la Misa (novus ordo) "ad Orientem", como pidió el Cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos

La primera fotografía ha sido tomada esta misma mañana, a las 09:30 horas, durante la Santa Misa (Novus Ordo), oficiada "ad Orientem" en el altar mayor de la catedral de Perpiñán (Francia), como pidió hacer a todos los sacerdotes, el pasado 5 de julio, S. E. R. Robert S.R.E. Cardenal Sarah, Prefecto de la Sagrada Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos y actual Presidente del Pontificio Consejo "Cor Unum". Puede verse el llamamiento del Cardenal Sarah a todos los sacerdotes en el siguiente enlace:


ACTUALIZACIÓN:

En la mañana del lunes 28 de noviembre, el P. Jorge González Guadalix, párroco de la iglesia de la Beata María Ana Mogas del barrio de Tres Olivos, en Fuencarral, Madrid (España), ha publicado en su blog una fotografía -la segunda de esta entrada- y ha escrito la crónica de la primera Misa (novus ordo) oficiada ayer, I Domingo de Adviento, "ad Orientem", en su parroquia:
A mi modo de ver hubo una asistencia más que notable de fieles. Tengamos en cuenta que se trataba de la primera misa del domingo, la de las 9:30 h., a la que suelen asistir entre treinta y cuarenta personas. Ayer no exagero si digo que andaríamos rondando los cien asistentes, si no más. Es decir, que había expectación y ganas. En las fotos se ven huecos. Normal. Sentados caben en la iglesia más de trescientos fieles.

Al acabar la celebración, fueron numerosos los fieles que se acercaron a dar las gracias por la celebración y a dar rienda suelta a sus emociones. Al menos los que se acercaron a dar su parecer, muy contentos con la experiencia, sin más pega que la hora, que las 9:30 de un domingo para mucha gente resulta temprano.

¿Y el celebrante cómo lo ha vivido? Con mucha emoción, tanta que hasta he de confesar que dormí mal la noche anterior. Para mí ha sido una misa como nueva. Especialmente ofertorio y consagración.

Mi sensación ha sido sobre todo la de sentirme cara a cara ante el misterio de Dios. Como cuando Moisés se encontró con Dios cara a cara y el pueblo estaba expectante. Todos ante Dios y yo, el sacerdote, el primero, con el corazón encogido mientras me atrevía a pronunciar las palabras de la consagración. Como en una nube envolvente de misterio. Solo ante Dios, pero con una soledad asentada en la presencia y participación de los fieles que se han sentido contagiados por esa aura de misterio y profundidad y con su oración y su estar apuntalaban y sostenían mis súplicas.
Puede leerse el resto de la crónica y ver un vídeo de la celebración en este enlace.

sábado, 26 de noviembre de 2016

El Papa Francisco muestra sus "sentimientos de pesar" por "la triste noticia del fallecimiento" del dictador comunista Fidel Castro

Poco más se puede decir del telegrama enviado por el Papa Francisco al dictador comunista Raúl Castro, hermano del que también fuera dictador comunista en Cuba durante medio siglo, Fidel Castro -a quien el Papa Francisco visitó en dos ocasiones-, recientemente fallecido a la edad de 90 años, que lo que el propio telegrama dice. Se comenta solo. Llama la atención, aparte de las que podrían considerarse fórmulas protocolarias ante un fallecimiento -como pudieran ser un simple "pésame" o "condolencias"-, la reiteración de palabras que expresan tristeza o dolor por la muerte de un dictador comunista -al que el Papa se refiere como "Excelentísimo Señor" y "dignatario"-, liberticida, con muchísimos asesinatos a sus espaldas -sin contar los presos políticos y exiliados-, y enemigo declarado de Cristo y de su Iglesia: "Al recibir la triste noticia", "mis sentimientos de pesar", "ofrezco plegarias por su descanso"...

También parece una burla que haga extensivo su pesar "al pueblo de esa amada nación", a quien, por lo visto, el Papa deseaba mucho más tiempo de tiranía. Una pena, sí señor. El "no cristiano" es el imperialista Donald Trump, por querer "construir muros" en vez de "tender puentes". En cambio, de éste, que directamente convirtió Cuba en una cárcel tropical, en la que no había necesidad de "muros" porque ya está el océano circundante lleno de tiburones, ni un reproche papal. Y sobre pateras -embarcación pequeña usada para el transporte de inmigrantes ilegales-, ni una palabra: las que invaden Europa se deben al malvado capitalismo, que esquilma los países de origen de quienes emigran. Sin embargo, a los que huían del "paraíso terrenal" caribeño como alma que lleva el diablo, ni mentarlos, que esos eran disidentes egoístas que odiaban el reparto de la riqueza que disfrutan todos los cubanos, como buenos comunistas cristianos.

Sufragios para implorar a Dios la salvación de su alma no ha prometido; pero sí ofrece plegarias para que descanse -sin duda, van a descansar más los cubanos que aún hay vivos en la isla-. Como puede apreciarse, el Papa Francisco sigue, como suele, tan neutral y poco escorado a babor.

Este es el telegrama íntegro, en español, precedido por la introducción que hace la edición de hoy del Boletín Oficial de la Sala de Prensa de la Santa Sede:

Telegrama del Papa por la muerte de Fidel Castro, 26.11.2016

El Santo Padre ha enviado un telegrama de pésame a Raúl Modesto Castro Ruz, Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros de la República de Cuba con motivo del fallecimiento a los 90 años de Fidel Castro, ex Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República de Cuba. Sigue el texto:
Excelentísimo Señor Raúl Modesto Castro Ruiz
Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros
de la República de Cuba
La Habana

Al recibir la triste noticia del fallecimiento de su querido hermano, el Excelentísimo Señor Fidel Alejandro Castro Ruz, ex Presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República de Cuba, expreso mis sentimientos de pesar a vuestra excelencia y a los demás familiares del difunto dignatario, así como al gobierno y al pueblo de esa amada nación.

Al mismo tiempo, ofrezco plegarias al señor [en minúscula en la edición en español del Bollettino] por su descanso [omite el adjetivo "eterno" que siempre precede a este sustantivo], y confío a todo el pueblo cubano a la materna intercesión de nuestra señora de la caridad del cobre [en minúscula en la edición en español del Bollettino], patrona de ese país.

Francisco PP.
[Puede verse el original aquí]

viernes, 25 de noviembre de 2016

Tres obispos apoyan públicamente a los Cardenales Brandmuller, Burke, Caffarra y Meisner tras los ataques recibidos por presentar sus "dubia" al Papa Francisco

En los últimos días, tres obispos han hecho público su apoyo a los cuatro cardenales (Brandmuller, Burke, Caffarra y Meisner) que enviaron las preguntas ("dubia") al Papa Francisco para que aclare los puntos confusos de la exhortación "Amoris Laetitia":
  • S. E. Mons. Jan Wątroba, Obispo de Rzeszów y Presidente del Consejo para la Familia de la Conferencia Episcopal Polaca.
  • S. E. Mons. Jósef Wróbel, Obispo titular de Suas y auxiliar de Lublin (Polonia).
  • S. E. Mons. Athanasius Schneider, Obispo titular de Celerina y auxiliar de María Santísima en Astaná (Kazajistán).
El primero lo ha hecho en unas declaraciones a la agencia de noticias católica de Polonia KAI (Katolicka Agencja Informacyjna), en las que considera que la publicación de la carta de los cuatro cardenales al Papa Francisco "no es reprobable", sino la "expresión de su compromiso y preocupación por la correcta comprensión de las enseñanzas de Pedro", y afirma que él también espera "con interés la respuesta, la clarificación, sobre todo porque yo mismo me hago esas preguntas, al igual que otros obispos y pastores". Asimismo, señaló que "es una lástima que no haya ninguna interpretación general ni un mensaje claro del documento y que haya que añadir interpretaciones a la exhortación apostólica. Yo, personalmente -quizá por costumbre, pero también por profunda convicción-, prefiero documentos como los de Juan Pablo II, que no requerían comentarios o interpretaciones de la enseñanza de Pedro".

El segundo, según afirma en una entrevista concedida a "La Fede Quotidiana", dice que "los cuatro cardenales han actuado bien y han ejercido lo que está previsto en la ley canónica", ya que "no solo tienen derecho, sino incluso la obligación" de presentar sus preguntas. Considera que es oportuna una clarificación del documento, especialmente de su capítulo octavo, porque es ambiguo y "está mal escrita" -la exhortación-, y por eso se producen tantas interpretaciones.

Y el tercero, a través de una carta que ha publicado en apoyo de los cuatro cardenales, coincide con el anterior: "al publicar una petición de clarificación en un asunto que concierne simultáneamente a la verdad y a la santidad de tres sacramentos, el Matrimonio, la Penitencia y la Eucaristía, los cuatro cardenales sólo cumplieron con su deber básico como obispos y cardenales, que consiste en contribuir activamente para que la Revelación, transmitida por los Apóstoles, pueda ser preservada sagradamente e interpretada fielmente". El obispo cree que "en nuestros días, la Iglesia entera debe reflexionar sobre el hecho de que el Espíritu Santo no ha inspirado en vano a San Pablo para que escriba en la carta a los Gálatas el incidente de su corrección pública a Pedro. Uno debe confiar en que el Papa Francisco aceptará esta súplica pública de los cuatro cardenales con el espíritu del Apóstol Pedro cuando San Pablo le ofreció una corrección fraterna por el bien de toda la Iglesia". Y en lo referente a las desaforadas críticas y ataques de ciertos prelados a estos cuatro cardenales [como, por ejemplo, el publicado anteayer en este mismo blog, que puede verse aquí], opina que "las reacciones extraordinariamente violentas e intolerantes de algunos obispos y cardenales contra la pacífica y cautelosa súplica de los cuatro cardenales provocan un gran asombro", entre otras cosas porque "el Papa Francisco realiza frecuentes llamamientos al diálogo abierto y sin miedo entre todos los miembros de la Iglesia en asuntos concernientes a los bienes espirituales de las almas [...] Las reacciones negativas a la declaración pública de los cuatro cardenales se asemejan a la confusión doctrinal general durante la crisis arriana del siglo cuarto". La carta original, completa, ha sido publicada por Rorate Caeli. Puede leerse la traducción al español en este enlace.

jueves, 24 de noviembre de 2016

La Justicia italiana desestima las acusaciones contra el fundador de los Franciscanos de la Inmaculada. Y la Santa Sede, ¿para cuándo?

Un año después de que se iniciara el procedimiento judicial contra el P. Stefano Maria Manelli, F.I. (en la imagen que abre esta entrada, oficiando la Santa Misa), cofundador de los Franciscanos de la Inmaculada -que sigue comisariada por la Santa Sede desde 2013-, el fiscal del tribunal del Avellino ha pedido la desestimación del caso.

Para poner en antecedentes, recomiendo leer los siguientes enlaces, todos del año pasado, en los que di cuenta de la incomprensible actuación que la Santa Sede, y en concreto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, están teniendo en todo este asunto:
En las últimas fechas, el P. Manelli había sido difamado en los medios de comunicación, acusándole de maltratos físicos y morales a las monjas del convento de Frigento, incluyendo violencia sexual; incluso se llegó a hablar de un asesinato. Pero ahora, finalmente, los tribunales se han pronunciado, desestimado todas las acusaciones por carecer de fundamento, haciendo justicia y restituyendo el honor del P. Manelli. Ahora cabe preguntarse: y la Santa Sede, ¿para cuándo? Aún queda pendiente de saber por qué la Santa Sede ha mostrado, a pesar del recién concluido Año Jubilar de la Misericordia, una actitud tan poco misericordiosa con él y con los Franciscanos de la Inmaculada. Naturalmente, se trata de una pregunta retórica, pues la respuesta se encuentra en la mente de todos.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

El presidente de la Conferencia Episcopal Griega acusa públicamente de herejía, apostasía, escándalo y sacrilegio a los Cardenales Caffarra, Meisner, Burke y Brandmüller por presentar al Papa Francisco las "dubia" sobre "Amoris Laetitia". Texto íntegro de su libelo en español

El obispo emérito de Syros, Santorini y Creta, Mons. Franghískos Papamanólis, O.F.M. Cap. (junto al Papa Francisco en la foto que abre esta entrada), actual presidente de la Conferencia Episcopal Griega, ha hecho público un libelo -él lo califica de "carta abierta"- acusando, literalmente, de herejía, apostasía, escándalo y de cometer sacrilegio en el sacramento de la Penitencia y de la Eucarstía, a los Cardenales Caffarra, Meisner, Burke y Brandmüller, por presentar al Papa sus "dubia" sobre la exhortación "Amoris Laetitia" y hacer público el documento.

En su carta afirma que antes de presentar sus "dubia" los cuatro deberían haber renunciado al capelo cardenalicio; pero no explica en qué se basa para decir tal cosa, pues, en realidad, no cuenta con el apoyo ni del Derecho Canónico, ni de la Tradición de la Iglesia para sostenerlo.

Les acusa de causar escándalo, cuando a lo único que se han limitado es a pedirle al Papa, de la manera más comedida y respetuosa, que aclare los puntos confusos de la Exhortación, sobre los cuales no ha dejado de haber polémica e interpretaciones contradictorias desde el momento en que se publicó, incluso contrarias a la Doctrina, Tradición y Magisterio bimilenario de la Iglesia, por parte de no pocos sacerdotes, obispos y hasta cardenales, quienes han causado, ésos sí, escándalo entre los fieles católicos.

Llama poderosamente la atención el hecho de que Mons. Papamanólis reproche a los cuatro cardenales, falsamente, que no escribieran al Papa privadamente, cosa que sí hicieron, como ellos mismos explican en la propia carta en la que exponen sus "dubia" (texto íntegro en español aquí), que sólo dieron a conocer públicamente después de no recibir respuesta durante dos meses -y eso a pesar de que el documento que ha motivado dichas preguntas, así como las gravísimas repercusiones que pueda tener para la fe de la Iglesia, es público, así como la confusión generada por el mismo-.

También sorprende que les acuse de ofender gravemente al Papa con sus palabras. Si alguien lee las preguntas efectuadas por los cuatro cardenales no verá nada que sostenga esta otra falsa acusación. De hecho, son totalmente respetuosas, y se han presentado en la forma habitual: las "dubia" son consultas -sobre doctrina, moral, liturgia, Derecho Canónico, etc.- que se hacen a la Santa Sede continuamente para aclarar éso: dudas; y se presentan de tal manera que permiten responder con un "sí" o un "no", de acuerdo con el mandato del Señor: "Sea vuestra palabra: Sí, sí; no, no; todo lo que pasa de ésto, procede del Maligno" (Mt 5,37).

Haciendo gala de una falsa misericordia, rayana en la hipocresía, Mons. Papamanólis les acusa igualmente de juzgar con sus palabras a quienes piensan distinto a ellos. Esta afirmación, además de falsa, incurre justo en aquello que critica: juzga a los cardenales y, además, lo hace de manera temeraria, injusta y les condena por defender la Doctrina, Tradición y Magisterio de la Iglesia.

Lo más escandaloso, sin duda, es su gravísima acusación de que han cometido un pecado de herejía y puede que de apostasía. Incurriendo en lo mismo que él critica, se atreve a juzgar y acusar a estos cuatro cardenales, infundadamente, de ser pecadores, herejes y hasta de apostasía ¡Casi nada! En todo caso, incurriría en herejía o apostasía quien renunciase a la fe católica o sostuviera algo contrario a sus dogmas, no quien los defiende, que sólo se ha limitado a pedir al Papa que aclare ciertos puntos confusos del documento, preguntando además si aún es válido en Magisterio de San Juan Pablo II, que está de acuerdo con la Tradición y Magisterio bimilenario de la Iglesia. Con esta acusación, quizás también esté insinuando que considera hereje o apóstata a San Juan Pablo II, a quien los cardenales citan, por haber sostenido la Doctrina de la Iglesia.

En el colmo del paroxismo, este obispo indigno no tiene otra ocurrencia que decir que, a pesar de los pecados -imaginarios- que les achaca, supone que comulgarán mientras se hacen los escandalizados de que los adúlteros también comulguen. Vamos, que les acusa de comulgar sacrílegamente, en pecado mortal, y fingir escándalo. Además de que su acusación y sentencia condenatoria es una completa falsedad, aunque fuera cierta -que no lo es-, seguiría sin cambiar la Doctrina de la Iglesia: los adúlteros no pueden comulgar, y, si lo hacen, así como aquellos que lo defienden, son quienes producen escándalo, además de hacerse reos de los solemnes anatemas a los que condena el Sacrosanto y Ecuménico Concilio de Trento, que es dogmático, a quienes sostengan algo contrario a lo que éste estableció de forma infalible sobre la Santísma Eucaristía y las disposiciones necesarias para recibirla:

"Mas si alguno pretendiere enseñar, predicar o pertinazmente afirmar, o también públicamente disputando defender lo contrario, por el mismo hecho quede excomulgado".

[cf. *1647]. (Denzinger-Hünermann 1661. Julio III, Concilio de Trento, XIII sesión, 11 de octubre de 1551. Decreto sobre el Sacramento de la Eucaristía).

A lo anteriormente dicho, no se puede argumentar que haya adúlteros que no pequen gravemente, ya que objetivamente el adulterio es pecado mortal siempre, sin excepciones y en todas las circunstancias, según lo establece el propio Catecismo de la Iglesia Católica, así como todo el precedente e irreformable Magisterio de la Iglesia, comenzando por lo establecido por San Juan Pablo II al respecto.

Otro ejemplo más de cómo, además de hacer el ridículo, se puede llevar a la práctica el dicho "consejos vendo, que para mí no tengo", es su afirmación -de nuevo falsa- de que estos cardenales han acusado al Papa Francisco de herejía. ¿Dónde? ¿Cuándo? Desde luego, si alguna vez lo han hecho, el único que se ha debido de enterar ha sido él, quien, sin embargo, es el único que acusa de herejía a otros, sin demostrarlo.

Cabe recordar que este obispo fue invitado personalmente por el Papa Francisco a asistir al pasado Sínodo Extraordinario de la Familia, y que, además de no responder con sus acusaciones ninguno de los argumentos de estos cuatro cardenales, demuestra su animadversión personal por al menos uno de ellos, por -supuestamente- haberle "malinterpretado" -según sus propias palabras- durante su intervención en el susodicho Sínodo, cuando afirmó que "pecar no es fácil", y comentarlo con otros obispos.

Aquí transcribo, íntegramente en español, el libelo hecho público por este obispo (la negrita es mía):

Carta abierta a los Cuatro Cardenales

De: Franghískos Papamanólis
Syros (Grecia), 20 de noviembre 2016

Queridos hermanos en el episcopado:

Mi fe en nuestro Dios me dice que Él no puede no amarles. Con la sinceridad que sale de mi corazón les llamo «hermanos queridísimos». También llegó a Grecia el documento que entregaron a la Congregación para la Doctrina de la Fe y que fue publicado el lunes pasado por el sitio de «L’Espresso».

Antes de publicar el documento y antes aún de haberlo redactado, ustedes deberían haberse presentado al Santo Padre y pedirle que les sacara del Colegio Cardenalicio. Además, ustedes no habrían debido usar el título de «cardenal» para dar prestigio a lo que escribieron, y esto por coherencia con su conciencia y para aligerar el escándalo que han dado al escribir personalmente.

Ustedes escribieron que están «profundamente preocupados por el verdadero bien de las almas» e, indirectamente, acusaron al Santo Padre Francisco «de hacer que progrese en la Iglesia cierta forma de política». Pidieron que nadie les juzgara «injustamente». Injustamente les juzgaría quien dijere lo contrario de lo que ustedes escribieron explícitamente. Las palabras que utilizan tienen su significado. El hecho de que ustedes hayan esgrimido el título de cardenales no cambia el sentido de las palabras gravemente ofensivas para el obispo de Roma.

Si ustedes están «profundamente preocupados por el verdadero bien de las almas» y si les mueve «apasionada preocupación por el bien de los fieles», yo, queridísimos hermanos, estoy «profundamente preocupado por el bien de las almas de ustedes», por su doble y gravísimo pecado:

el pecado de herejía (¿y de apostasía? De hecho, así comienzan los cismas en la Iglesia). Del documento que publicaron se deduce claramente que, en práctica, ustedes no creen en la suprema autoridad magisterial del Papa, reforzada por dos Sínodos de los obispos de todo el mundo. Se ve que el Espíritu Santo solo les inspira a ustedes y no al vicario de Cristo ni a los obispos reunidos en Sínodo;

— y mucho más grave, el pecado del escándalo, dado públicamente al pueblo cristiano en todo el mundo. Al respecto, Jesús dijo: «¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Es inevitable que existan pero ¡ay de aquel que los causa!» (Mateo, 18, 7). «Pero si alguien escandaliza a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo hundieran en el fondo del mar» (Mateo, 18, 6).

Movido por la caridad de Cristo, rezo por ustedes. Le pido al Señor que los ilumine para aceptar con simplicidad de corazón la enseñanza magisterial del Santo Padre Francisco.

Me temo que sus categorías mentales encontrarán argumentos sofisticados para justificar la manera en la que han actuado, por lo que ni siquiera considerarán pecado acudir al sacramento de la penitencia, y que seguirán celebrando cada día la santa misa y recibiendo el sacramento de la eucaristía sacrílegamente, mientras se hacen los escandalizados si, en casos específicos, un divorciado que se ha vuelto a casar recibe la eucaristía, y osan acusar de herejía al Santo Padre Francisco.

Sepan que yo participé en los dos Sínodos de los obispos sobre la familia y escuché las intervenciones que ustedes pronunciaron. También escuché los comentarios que uno de ustedes hacía, durante una de las pausas, sobre una afirmación de mi intervención en el Aula sinodal, cuando declaré: «pecar no es fácil». Este hermano (uno de ustedes cuatro), hablando con sus interlocutores, cambiaba mis afirmaciones y ponía en mi boca palabras que nunca había pronunciado. Además, otorgaba a mis declaraciones una interpretación que no se podía relacionar de ninguna manera con lo que había afirmado.

Queridísimos hermanos, que el Señor los ilumine para reconocer lo antes posible su pecado y para reparar el escándalo que han dado.

Con la caridad de Cristo, los saludo fraternalmente.

+ Franghískos Papamanólis, O.F.M. Cap.
Obispo emérito de Syros, Santorini y Creta,
Presidente de la Conferencia Episcopal de Grecia.

[Texto original, en italiano, aquí. Traducción: Aleteia y CATHOLICVS]

El Papa Francisco debería elegir mejor sus amistades, por aquello de "dime con quién andas y te diré quién eres". Además, y siguiendo con los dichos, con amigos como éstos, ¿quién necesita enemigos?

martes, 22 de noviembre de 2016

Fotos de la primera Santa Misa Tridentina cantada en el santuario de la Virgen de Araceli de Lucena, Córdoba (España), oficiada por el Padre Franciscano guardián del convento local

Estas fotografías fueron tomadas el pasado sábado 19 de noviembre, fiesta de Santa Isabel de Hungría, durante la Santa Misa Tridentina oficiada a las 12:00 horas en el santuario de María Santísima de Araceli, en Lucena, Córdoba (España). Se trató de una Misa votiva propia "de la Bienaventurada Virgen María del título de Araceli, patrona de Lucena", oficiada por el P. Joaquín Pacheco Galán, O.F.M., guardián del convento de Padres Franciscanos de esta misma ciudad. Se trata de la primera vez que se oficia la Santa Misa cantada en este santuario, con el Ordinario de la Misa de Angelis y el Propio gregoriano. A la ceremonia asistieron varios sacerdotes, y contó con la asistencia y participación de miembros de la asociación Una Voce Sevilla. Asociación «Una Voce Córdoba».

lunes, 21 de noviembre de 2016

Carta Apostólica "Misericordia et Misera" del Papa Francisco (texto íntegro en español): Los sacerdotes de la FSSPX -lefebvristas- ya pueden Confesar y absolver los pecados válida y lícitamente a todos los fieles católicos

Acaba de ser publicada la Carta Apostólica "Misericordia et Misera", del Papa Francisco, justo al día siguiente de concluir el Año Jubilar de la Misericordia, que se ha presentado en la Sala de Prensa de la Santa Sede. Como anunciara el Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, ayer mismo, domingo 21 de noviembre, después del Ángelus, el Papa Francisco firmó esta Carta Apostólica dirigida a toda la Iglesia, que esta misma mañana, a las 11:30 horas, ha presentado Mons. Rino Fisichella, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, en la que ha anunciado, por un lado, que se extiende la facultad de dar la absolución del pecado de aborto a todos los sacerdotes; y por otro lado, concede la facultad de confesar y absolver válida y lícitamente a todos los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX) -comúnmente conocidos como "lefebvrianos" o "lefebvristas"-. Así lo ha comunicado durante la rueda de prensa y así establece el documento papal:

El Santo Padre "confiando en la buena voluntad de sus sacerdotes para recuperar, con la ayuda de Dios, la comunión plena con la Iglesia católica" (MM 12) establece que los que asisten a las iglesias oficiadas por los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X puede válida y lícitamente recibir la absolución sacramental.

En el Año del Jubileo había concedido a los fieles, que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X, la posibilidad de recibir válida y lícitamente la absolución sacramental de sus pecados. Por el bien pastoral de estos fieles, y confiando en la buena voluntad de sus sacerdotes, para que se pueda recuperar con la ayuda de Dios, la plena comunión con la Iglesia Católica, establezco por decisión personal que esta facultad se extienda más allá del período jubilar, hasta nueva disposición, de modo que a nadie le falte el signo sacramental de la reconciliación a través del perdón de la Iglesia.

Este es el texto íntegro en español de la Carta apostólica "Misericordia et misera":


FRANCISCO
a cuantos leerán esta Carta Apostólica
misericordia y paz

Misericordia et misera son las dos palabras que san Agustín usa para comentar el encuentro entre Jesús y la adúltera (cf. Jn 8,1-11). No podía encontrar una expresión más bella y coherente que esta para hacer comprender el misterio del amor de Dios cuando viene al encuentro del pecador: «Quedaron sólo ellos dos: la miserable y la misericordia»[1]. Cuánta piedad y justicia divina hay en este episodio. Su enseñanza viene a iluminar la conclusión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia e indica, además, el camino que estamos llamados a seguir en el futuro.

1. Esta página del Evangelio puede ser asumida, con todo derecho, como imagen de lo que hemos celebrado en el Año Santo, un tiempo rico de misericordia, que pide ser siempre celebrada y vivida en nuestras comunidades. En efecto, la misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre.

Una mujer y Jesús se encuentran. Ella, adúltera y, según la Ley, juzgada merecedora de la lapidación; él, que con su predicación y el don total de sí mismo, que lo llevará hasta la cruz, ha devuelto la ley mosaica a su genuino propósito originario. En el centro no aparece la ley y la justicia legal, sino el amor de Dios que sabe leer el corazón de cada persona, para comprender su deseo más recóndito, y que debe tener el primado sobre todo. En este relato evangélico, sin embargo, no se encuentran el pecado y el juicio en abstracto, sino una pecadora y el Salvador. Jesús ha mirado a los ojos a aquella mujer y ha leído su corazón: allí ha reconocido el deseo de ser comprendida, perdonada y liberada. La miseria del pecado ha sido revestida por la misericordia del amor. Por parte de Jesús, ningún juicio que no esté marcado por la piedad y la compasión hacia la condición de la pecadora. A quien quería juzgarla y condenarla a muerte, Jesús responde con un silencio prolongado, que ayuda a que la voz de Dios resuene en las conciencias, tanto de la mujer como de sus acusadores. Estos dejan caer las piedras de sus manos y se van uno a uno (cf. Jn 8,9). Y después de ese silencio, Jesús dice: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? […] Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (vv. 10-11). De este modo la ayuda a mirar el futuro con esperanza y a estar lista para encaminar nuevamente su vida; de ahora en adelante, si lo querrá, podrá «caminar en la caridad» (cf. Ef 5,2). Una vez que hemos sido revestidos de misericordia, aunque permanezca la condición de debilidad por el pecado, esta debilidad es superada por el amor que permite mirar más allá y vivir de otra manera.

2. Jesús lo había enseñado con claridad en otro momento cuando, invitado a comer por un fariseo, se le había acercado una mujer conocida por todos como pecadora (cf. Lc 7,36-50). Ella había ungido con perfume los pies de Jesús, los había bañado con sus lágrimas y secado con sus cabellos (cf. vv. 37-38). A la reacción escandalizada del fariseo, Jesús responde: «Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco» (v. 47).

El perdón es el signo más visible del amor del Padre, que Jesús ha querido revelar a lo largo de toda su vida. No existe página del Evangelio que pueda ser sustraída a este imperativo del amor que llega hasta el perdón. Incluso en el último momento de su vida terrena, mientras estaba siendo crucificado, Jesús tiene palabras de perdón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón. Por este motivo, ninguno de nosotros puede poner condiciones a la misericordia; ella será siempre un acto de gratuidad del Padre celeste, un amor incondicionado e inmerecido. No podemos correr el riesgo de oponernos a la plena libertad del amor con el cual Dios entra en la vida de cada persona.

La misericordia es esta acción concreta del amor que, perdonando, transforma y cambia la vida. Así se manifiesta su misterio divino. Dios es misericordioso (cf. Ex 34,6), su misericordia dura por siempre (cf. Sal 136), de generación en generación abraza a cada persona que se confía a él y la transforma, dándole su misma vida.

3. Cuánta alegría ha brotado en el corazón de estas dos mujeres, la adúltera y la pecadora. El perdón ha hecho que se sintieran al fin más libres y felices que nunca. Las lágrimas de vergüenza y de dolor se han transformado en la sonrisa de quien se sabe amado. La misericordia suscita alegría porque el corazón se abre a la esperanza de una vida nueva. La alegría del perdón es difícil de expresar, pero se trasparenta en nosotros cada vez que la experimentamos. En su origen está el amor con el cual Dios viene a nuestro encuentro, rompiendo el círculo del egoísmo que nos envuelve, para hacernos también a nosotros instrumentos de misericordia.

Qué significativas son, también para nosotros, las antiguas palabras que guiaban a los primeros cristianos: «Revístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y desprecia la tristeza [...] Vivirán en Dios cuantos alejen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría»[2]. Experimentar la misericordia produce alegría. No permitamos que las aflicciones y preocupaciones nos la quiten; que permanezca bien arraigada en nuestro corazón y nos ayude a mirar siempre con serenidad la vida cotidiana.

En una cultura frecuentemente dominada por la técnica, se multiplican las formas de tristeza y soledad en las que caen las personas, entre ellas muchos jóvenes. En efecto, el futuro parece estar en manos de la incertidumbre que impide tener estabilidad. De ahí surgen a menudo sentimientos de melancolía, tristeza y aburrimiento que lentamente pueden conducir a la desesperación. Se necesitan testigos de la esperanza y de la verdadera alegría para deshacer las quimeras que prometen una felicidad fácil con paraísos artificiales. El vacío profundo de muchos puede ser colmado por la esperanza que llevamos en el corazón y por la alegría que brota de ella. Hay mucha necesidad de reconocer la alegría que se revela en el corazón que ha sido tocado por la misericordia. Hagamos nuestras, por tanto, las palabras del Apóstol: «Estad siempre alegres en el Señor» (Flp 4,4; cf. 1 Ts 5,16).

4. Hemos celebrado un Año intenso, en el que la gracia de la misericordia se nos ha dado en abundancia. Como un viento impetuoso y saludable, la bondad y la misericordia se han esparcido por el mundo entero. Y delante de esta mirada amorosa de Dios, que de manera tan prolongada se ha posado sobre cada uno de nosotros, no podemos permanecer indiferentes, porque ella cambia la vida.

Sentimos la necesidad, ante todo, de dar gracias al Señor y decirle: «Has sido bueno, Señor, con tu tierra […]. Has perdonado la culpa de tu pueblo» (Sal 85,2-3). Así es: Dios ha destruido nuestras culpas y ha arrojado nuestros pecados a lo hondo del mar (cf. Mi 7,19); no los recuerda más, se los ha echado a la espalda (cf. Is 38,17); como dista el oriente del ocaso, así aparta de nosotros nuestros pecados (cf. Sal 103,12).

En este Año Santo la Iglesia ha sabido ponerse a la escucha y ha experimentado con gran intensidad la presencia y cercanía del Padre, que mediante la obra del Espíritu Santo le ha hecho más evidente el don y el mandato de Jesús sobre el perdón. Ha sido realmente una nueva visita del Señor en medio de nosotros. Hemos percibido cómo su soplo vital se difundía por la Iglesia y, una vez más, sus palabras han indicado la misión: «Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20,22-23).

5. Ahora, concluido este Jubileo, es tiempo de mirar hacia adelante y de comprender cómo seguir viviendo con fidelidad, alegría y entusiasmo, la riqueza de la misericordia divina. Nuestras comunidades continuarán con vitalidad y dinamismo la obra de la nueva evangelización en la medida en que la «conversión pastoral», que estamos llamados a vivir[3], se plasme cada día, gracias a la fuerza renovadora de la misericordia. No limitemos su acción; no hagamos entristecer al Espíritu, que siempre indica nuevos senderos para recorrer y llevar a todos el Evangelio que salva.

En primer lugar estamos llamados a celebrar la misericordia. Cuánta riqueza contiene la oración de la Iglesia cuando invoca a Dios como Padre misericordioso. En la liturgia, la misericordia no sólo se evoca con frecuencia, sino que se recibe y se vive. Desde el inicio hasta el final de la celebración eucarística, la misericordia aparece varias veces en el diálogo entre la asamblea orante y el corazón del Padre, que se alegra cada vez que puede derramar su amor misericordioso. Después de la súplica de perdón inicial, con la invocación «Señor, ten piedad», somos inmediatamente confortados: «Dios omnipotente tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Con esta confianza la comunidad se reúne en la presencia del Señor, especialmente en el día santo de la resurrección. Muchas oraciones «colectas» se refieren al gran don de la misericordia. En el periodo de Cuaresma, por ejemplo, oramos diciendo: «Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, qué aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados; mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de las culpas»[4]. Después nos sumergimos en la gran plegaria eucarística con el prefacio que proclama: «Porque tu amor al mundo fue tan misericordioso que no sólo nos enviaste como redentor a tu propio Hijo, sino que en todo lo quisiste semejante al hombre, menos en el pecado»[5]. Además, la plegaria eucarística cuarta es un himno a la misericordia de Dios: «Compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca». «Ten misericordia de todos nosotros»[6], es la súplica apremiante que realiza el sacerdote, para implorar la participación en la vida eterna. Después del Padrenuestro, el sacerdote prolonga la plegaria invocando la paz y la liberación del pecado gracias a la «ayuda de su misericordia». Y antes del signo de la paz, que se da como expresión de fraternidad y de amor recíproco a la luz del perdón recibido, él ora de nuevo diciendo: «No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia»[7]. Mediante estas palabras, pedimos con humilde confianza el don de la unidad y de la paz para la santa Madre Iglesia. La celebración de la misericordia divina culmina en el Sacrificio eucarístico, memorial del misterio pascual de Cristo, del que brota la salvación para cada ser humano, para la historia y para el mundo entero. En resumen, cada momento de la celebración eucarística está referido a la misericordia de Dios.

En toda la vida sacramental la misericordia se nos da en abundancia. Es muy relevante el hecho de que la Iglesia haya querido mencionar explícitamente la misericordia en la fórmula de los dos sacramentos llamados «de sanación», es decir, la Reconciliación y la Unción de los enfermos. La fórmula de la absolución dice: «Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz»[8]; y la de la Unción reza así: «Por esta santa Unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo»[9]. Así, en la oración de la Iglesia la referencia a la misericordia, lejos de ser solamente parenética, es altamente performativa, es decir que, mientras la invocamos con fe, nos viene concedida; mientras la confesamos viva y real, nos transforma verdaderamente. Este es un aspecto fundamental de nuestra fe, que debemos conservar en toda su originalidad: antes que el pecado, tenemos la revelación del amor con el que Dios ha creado el mundo y los seres humanos. El amor es el primer acto con el que Dios se da a conocer y viene a nuestro encuentro. Por tanto, abramos el corazón a la confianza de ser amados por Dios. Su amor nos precede siempre, nos acompaña y permanece junto a nosotros a pesar de nuestro pecado.

6. En este contexto, la escucha de la Palabra de Dios asume también un significado particular. Cada domingo, la Palabra de Dios es proclamada en la comunidad cristiana para que el día del Señor se ilumine con la luz que proviene del misterio pascual[10]. En la celebración eucarística asistimos a un verdadero diálogo entre Dios y su pueblo. En la proclamación de las lecturas bíblicas, se recorre la historia de nuestra salvación como una incesante obra de misericordia que se nos anuncia. Dios sigue hablando hoy con nosotros como sus amigos, se «entretiene» con nosotros[11], para ofrecernos su compañía y mostrarnos el sendero de la vida. Su Palabra se hace intérprete de nuestras peticiones y preocupaciones, y es también respuesta fecunda para que podamos experimentar concretamente su cercanía. Qué importante es la homilía, en la que «la verdad va de la mano de la belleza y del bien»[12], para que el corazón de los creyentes vibre ante la grandeza de la misericordia. Recomiendo mucho la preparación de la homilía y el cuidado de la predicación. Ella será tanto más fructuosa, cuanto más haya experimentado el sacerdote en sí mismo la bondad misericordiosa del Señor. Comunicar la certeza de que Dios nos ama no es un ejercicio retórico, sino condición de credibilidad del propio sacerdocio. Vivir la misericordia es el camino seguro para que ella llegue a ser verdadero anuncio de consolación y de conversión en la vida pastoral. La homilía, como también la catequesis, ha de estar siempre sostenida por este corazón palpitante de la vida cristiana.

7. La Biblia es la gran historia que narra las maravillas de la misericordia de Dios. Cada una de sus páginas está impregnada del amor del Padre que desde la creación ha querido imprimir en el universo los signos de su amor. El Espíritu Santo, a través de las palabras de los profetas y de los escritos sapienciales, ha modelado la historia de Israel con el reconocimiento de la ternura y de la cercanía de Dios, a pesar de la infidelidad del pueblo. La vida de Jesús y su predicación marcan de manera decisiva la historia de la comunidad cristiana, que entiende la propia misión como respuesta al mandato de Cristo de ser instrumento permanente de su misericordia y de su perdón (cf. Jn 20,23). Por medio de la Sagrada Escritura, que se mantiene viva gracias a la fe de la Iglesia, el Señor continúa hablando a su Esposa y le indica los caminos a seguir, para que el Evangelio de la salvación llegue a todos. Deseo vivamente que la Palabra de Dios se celebre, se conozca y se difunda cada vez más, para que nos ayude a comprender mejor el misterio del amor que brota de esta fuente de misericordia. Lo recuerda claramente el Apóstol: «Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia» (2 Tm 3,16).

Sería oportuno que cada comunidad, en un domingo del Año litúrgico, renovase su compromiso en favor de la difusión, conocimiento y profundización de la Sagrada Escritura: un domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios para comprender la inagotable riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo. Habría que enriquecer ese momento con iniciativas creativas, que animen a los creyentes a ser instrumentos vivos de la transmisión de la Palabra. Ciertamente, entre esas iniciativas tendrá que estar la difusión más amplia de la lectio divina, para que, a través de la lectura orante del texto sagrado, la vida espiritual se fortalezca y crezca. La lectio divina sobre los temas de la misericordia permitirá comprobar cuánta riqueza hay en el texto sagrado, que leído a la luz de la entera tradición espiritual de la Iglesia, desembocará necesariamente en gestos y obras concretas de caridad[13].

8. La celebración de la misericordia tiene lugar de modo especial en el Sacramento de la Reconciliación. Es el momento en el que sentimos el abrazo del Padre que sale a nuestro encuentro para restituirnos de nuevo la gracia de ser sus hijos. Somos pecadores y cargamos con el peso de la contradicción entre lo que queremos hacer y lo que, en cambio, hacemos (cf. Rm 7,14-21); la gracia, sin embargo, nos precede siempre y adopta el rostro de la misericordia que se realiza eficazmente con la reconciliación y el perdón. Dios hace que comprendamos su inmenso amor justamente ante nuestra condición de pecadores. La gracia es más fuerte y supera cualquier posible resistencia, porque el amor todo lo puede (cf. 1 Co 13,7).

En el Sacramento del Perdón, Dios muestra la vía de la conversión hacia él, y nos invita a experimentar de nuevo su cercanía. Es un perdón que se obtiene, ante todo, empezando por vivir la caridad. Lo recuerda también el apóstol Pedro cuando escribe que «el amor cubre la multitud de los pecados» (1 Pe 4,8). Sólo Dios perdona los pecados, pero quiere que también nosotros estemos dispuestos a perdonar a los demás, como él perdona nuestras faltas: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mt 6,12). Qué tristeza cada vez que nos quedamos encerrados en nosotros mismos, incapaces de perdonar. Triunfa el rencor, la rabia, la venganza; la vida se vuelve infeliz y se anula el alegre compromiso por la misericordia.

9. Una experiencia de gracia que la Iglesia ha vivido con mucho fruto a lo largo del Año jubilar ha sido ciertamente el servicio de los Misioneros de la Misericordia. Su acción pastoral ha querido evidenciar que Dios no pone ningún límite a cuantos lo buscan con corazón contrito, porque sale al encuentro de todos, como un Padre. He recibido muchos testimonios de alegría por el renovado encuentro con el Señor en el Sacramento de la Confesión. No perdamos la oportunidad de vivir también la fe como una experiencia de reconciliación. «Reconciliaos con Dios» (2 Co 5,20), esta es la invitación que el Apóstol dirige también hoy a cada creyente, para que descubra la potencia del amor que transforma en una «criatura nueva» (2 Co 5,17).

Doy las gracias a cada Misionero de la Misericordia por este inestimable servicio de hacer fructificar la gracia del perdón. Este ministerio extraordinario, sin embargo, no cesará con la clausura de la Puerta Santa. Deseo que se prolongue todavía, hasta nueva disposición, como signo concreto de que la gracia del Jubileo siga siendo viva y eficaz, a lo largo y ancho del mundo. Será tarea del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización acompañar durante este periodo a los Misioneros de la Misericordia, como expresión directa de mi solicitud y cercanía, y encontrar las formas más coherentes para el ejercicio de este precioso ministerio.

10. A los sacerdotes renuevo la invitación a prepararse con mucho esmero para el ministerio de la Confesión, que es una verdadera misión sacerdotal. Os agradezco de corazón vuestro servicio y os pido que seáis acogedores con todos; testigos de la ternura paterna, a pesar de la gravedad del pecado; solícitos en ayudar a reflexionar sobre el mal cometido; claros a la hora de presentar los principios morales; disponibles para acompañar a los fieles en el camino penitencial, siguiendo el paso de cada uno con paciencia; prudentes en el discernimiento de cada caso concreto; generosos en el momento de dispensar el perdón de Dios. Así como Jesús ante la mujer adúltera optó por permanecer en silencio para salvarla de su condena a muerte, del mismo modo el sacerdote en el confesionario tenga también un corazón magnánimo, recordando que cada penitente lo remite a su propia condición personal: pecador, pero ministro de la misericordia.

11. Me gustaría que todos meditáramos las palabras del Apóstol, escritas hacia el final de su vida, en las que confiesa a Timoteo de haber sido el primero de los pecadores, «por esto precisamente se compadeció de mí» (1 Tm 1,16). Sus palabras tienen una fuerza arrebatadora para hacer que también nosotros reflexionemos sobre nuestra existencia y para que veamos cómo la misericordia de Dios actúa para cambiar, convertir y transformar nuestro corazón: «Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fio de mí y me confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí» (1 Tm 1,12-13).

Por tanto, recordemos siempre con renovada pasión pastoral las palabras del Apóstol: «Dios nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18). Con vistas a este ministerio, nosotros hemos sido los primeros en ser perdonados; hemos sido testigos en primera persona de la universalidad del perdón. No existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a banalizar la fe y la misericordia divina. Hay un valor propedéutico en la ley (cf. Ga 3,24), cuyo fin es la caridad (cf. 1 Tm 1,5). El cristiano está llamado a vivir la novedad del Evangelio, «la ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús» (Rm 8,2). Incluso en los casos más complejos, en los que se siente la tentación de hacer prevalecer una justicia que deriva sólo de las normas, se debe creer en la fuerza que brota de la gracia divina.

Nosotros, confesores, somos testigos de tantas conversiones que suceden delante de nuestros ojos. Sentimos la responsabilidad de gestos y palabras que toquen lo más profundo del corazón del penitente, para que descubra la cercanía y ternura del Padre que perdona. No arruinemos esas ocasiones con comportamientos que contradigan la experiencia de la misericordia que se busca. Ayudemos, más bien, a iluminar el ámbito de la conciencia personal con el amor infinito de Dios (cf. 1 Jn 3,20).

El Sacramento de la Reconciliación necesita volver a encontrar su puesto central en la vida cristiana; por esto se requieren sacerdotes que pongan su vida al servicio del «ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18), para que a nadie que se haya arrepentido sinceramente se le impida acceder al amor del Padre, que espera su retorno, y a todos se les ofrezca la posibilidad de experimentar la fuerza liberadora del perdón.

Una ocasión propicia puede ser la celebración de la iniciativa 24 horas para el Señor en la proximidad del IV Domingo de Cuaresma, que ha encontrado un buen consenso en las diócesis y sigue siendo como una fuerte llamada pastoral para vivir intensamente el Sacramento de la Confesión.

12. En virtud de esta exigencia, para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios, de ahora en adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto. Cuanto había concedido de modo limitado para el período jubilar[14], lo extiendo ahora en el tiempo, no obstante cualquier cosa en contrario. Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente. Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre. Por tanto, que cada sacerdote sea guía, apoyo y alivio a la hora de acompañar a los penitentes en este camino de reconciliación especial.

En el Año del Jubileo había concedido a los fieles, que por diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X, la posibilidad de recibir válida y lícitamente la absolución sacramental de sus pecados[15]. Por el bien pastoral de estos fieles, y confiando en la buena voluntad de sus sacerdotes, para que se pueda recuperar con la ayuda de Dios, la plena comunión con la Iglesia Católica, establezco por decisión personal que esta facultad se extienda más allá del período jubilar, hasta nueva disposición, de modo que a nadie le falte el signo sacramental de la reconciliación a través del perdón de la Iglesia.

13. La misericordia tiene también el rostro de la consolación. «Consolad, consolad a mi pueblo» (Is 40,1), son las sentidas palabras que el profeta pronuncia también hoy, para que llegue una palabra de esperanza a cuantos sufren y padecen. No nos dejemos robar nunca la esperanza que proviene de la fe en el Señor resucitado. Es cierto, a menudo pasamos por duras pruebas, pero jamás debe decaer la certeza de que el Señor nos ama. Su misericordia se expresa también en la cercanía, en el afecto y en el apoyo que muchos hermanos y hermanas nos ofrecen cuando sobrevienen los días de tristeza y aflicción. Enjugar las lágrimas es una acción concreta que rompe el círculo de la soledad en el que con frecuencia terminamos encerrados.

Todos tenemos necesidad de consuelo, porque ninguno es inmune al sufrimiento, al dolor y a la incomprensión. Cuánto dolor puede causar una palabra rencorosa, fruto de la envidia, de los celos y de la rabia. Cuánto sufrimiento provoca la experiencia de la traición, de la violencia y del abandono; cuánta amargura ante la muerte de los seres queridos. Sin embargo, Dios nunca permanece distante cuando se viven estos dramas. Una palabra que da ánimo, un abrazo que te hace sentir comprendido, una caricia que hace percibir el amor, una oración que permite ser más fuerte…, son todas expresiones de la cercanía de Dios a través del consuelo ofrecido por los hermanos.

A veces también el silencio es de gran ayuda; porque en algunos momentos no existen palabras para responder a los interrogantes del que sufre. La falta de palabras, sin embargo, se puede suplir por la compasión del que está presente y cercano, del que ama y tiende la mano. No es cierto que el silencio sea un acto de rendición, al contrario, es un momento de fuerza y de amor. El silencio también pertenece al lenguaje de la consolación, porque se transforma en una obra concreta de solidaridad y unión con el sufrimiento del hermano.

14. En un momento particular como el nuestro, caracterizado por la crisis de la familia, entre otras, es importante que llegue una palabra de gran consuelo a nuestras familias. El don del matrimonio es una gran vocación a la que, con la gracia de Cristo, hay que corresponder con al amor generoso, fiel y paciente. La belleza de la familia permanece inmutable, a pesar de numerosas sombras y propuestas alternativas: «El gozo del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia»[16]. El sendero de la vida lleva a que un hombre y una mujer se encuentren, se amen y se prometan fidelidad por siempre delante de Dios, a menudo se interrumpe por el sufrimiento, la traición y la soledad. La alegría de los padres por el don de los hijos no es inmune a las preocupaciones con respecto a su crecimiento y formación, y para que tengan un futuro digno de ser vivido con intensidad.

La gracia del Sacramento del Matrimonio no sólo fortalece a la familia para que sea un lugar privilegiado en el que se viva la misericordia, sino que compromete a la comunidad cristiana, y con ella a toda la acción pastoral, para que se resalte el gran valor propositivo de la familia. De todas formas, este Año jubilar nos ha de ayudar a reconocer la complejidad de la realidad familiar actual. La experiencia de la misericordia nos hace capaces de mirar todas las dificultades humanas con la actitud del amor de Dios, que no se cansa de acoger y acompañar[17].

No podemos olvidar que cada uno lleva consigo el peso de la propia historia que lo distingue de cualquier otra persona. Nuestra vida, con sus alegrías y dolores, es algo único e irrepetible, que se desenvuelve bajo la mirada misericordiosa de Dios. Esto exige, sobre todo de parte del sacerdote, un discernimiento espiritual atento, profundo y prudente para que cada uno, sin excluir a nadie, sin importar la situación que viva, pueda sentirse acogido concretamente por Dios, participar activamente en la vida de la comunidad y ser admitido en ese Pueblo de Dios que, sin descanso, camina hacia la plenitud del reino de Dios, reino de justicia, de amor, de perdón y de misericordia.

15. El momento de la muerte reviste una importancia particular. La Iglesia siempre ha vivido este dramático tránsito a la luz de la resurrección de Jesucristo, que ha abierto el camino de la certeza en la vida futura. Tenemos un gran reto que afrontar, sobre todo en la cultura contemporánea que, a menudo, tiende a banalizar la muerte hasta el punto de esconderla o considerarla una simple ficción. La muerte en cambio se ha de afrontar y preparar como un paso doloroso e ineludible, pero lleno de sentido: como el acto de amor extremo hacia las personas que dejamos y hacia Dios, a cuyo encuentro nos dirigimos. En todas las religiones el momento de la muerte, así como el del nacimiento, está acompañado de una presencia religiosa. Nosotros vivimos la experiencia de las exequias como una plegaria llena de esperanza por el alma del difunto y como una ocasión para ofrecer consuelo a cuantos sufren por la ausencia de la persona amada.

Estoy convencido de la necesidad de que, en la acción pastoral animada por la fe viva, los signos litúrgicos y nuestras oraciones sean expresión de la misericordia del Señor. Es él mismo quien nos da palabras de esperanza, porque nada ni nadie podrán jamás separarnos de su amor (cf. Rm 8,35). La participación del sacerdote en este momento significa un acompañamiento importante, porque ayuda a sentir la cercanía de la comunidad cristiana en los momentos de debilidad, soledad, incertidumbre y llanto.

16. Termina el Jubileo y se cierra la Puerta Santa. Pero la puerta de la misericordia de nuestro corazón permanece siempre abierta, de par en par. Hemos aprendido que Dios se inclina hacia nosotros (cf. Os 11,4) para que también nosotros podamos imitarlo inclinándonos hacia los hermanos. La nostalgia que muchos sienten de volver a la casa del Padre, que está esperando su regreso, está provocada también por el testimonio sincero y generoso que algunos dan de la ternura divina. La Puerta Santa que hemos atravesado en este Año jubilar nos ha situado en la vía de la caridad, que estamos llamados a recorrer cada día con fidelidad y alegría. El camino de la misericordia es el que nos hace encontrar a tantos hermanos y hermanas que tienden la mano esperando que alguien la aferre y poder así caminar juntos.

Querer acercarse a Jesús implica hacerse prójimo de los hermanos, porque nada es más agradable al Padre que un signo concreto de misericordia. Por su misma naturaleza, la misericordia se hace visible y tangible en una acción concreta y dinámica. Una vez que se la ha experimentado en su verdad, no se puede volver atrás: crece continuamente y transforma la vida. Es verdaderamente una nueva creación que obra un corazón nuevo, capaz de amar en plenitud, y purifica los ojos para que sepan ver las necesidades más ocultas. Qué verdaderas son las palabras con las que la Iglesia ora en la Vigilia Pascual, después de la lectura que narra la creación: «Oh Dios, que con acción maravillosa creaste al hombre y con mayor maravilla lo redimiste».[18]

La misericordia renueva y redime, porque es el encuentro de dos corazones: el de Dios, que sale al encuentro, y el del hombre. Mientras este se va encendiendo, aquel lo va sanando: el corazón de piedra es transformado en corazón de carne (cf. Ez 36,26), capaz de amar a pesar de su pecado. Es aquí donde se descubre que es realmente una «nueva creatura» (cf. Ga 6,15): soy amado, luego existo; he sido perdonado, entonces renazco a una vida nueva; he sido «misericordiado», entonces me convierto en instrumento de misericordia.

17. Durante el Año Santo, especialmente en los «viernes de la misericordia», he podido darme cuenta de cuánto bien hay en el mundo. Con frecuencia no es conocido porque se realiza cotidianamente de manera discreta y silenciosa. Aunque no llega a ser noticia, existen sin embargo tantos signos concretos de bondad y ternura dirigidos a los más pequeños e indefensos, a los que están más solos y abandonados. Existen personas que encarnan realmente la caridad y que llevan continuamente la solidaridad a los más pobres e infelices. Agradezcamos al Señor el don valioso de estas personas que, ante la debilidad de la humanidad herida, son como una invitación para descubrir la alegría de hacerse prójimo. Con gratitud pienso en los numerosos voluntarios que con su entrega de cada día dedican su tiempo a mostrar la presencia y cercanía de Dios. Su servicio es una genuina obra de misericordia y hace que muchas personas se acerquen a la Iglesia.

18. Es el momento de dejar paso a la fantasía de la misericordia para dar vida a tantas iniciativas nuevas, fruto de la gracia. La Iglesia necesita anunciar hoy esos «muchos otros signos» que Jesús realizó y que «no están escritos» (Jn 20,30), de modo que sean expresión elocuente de la fecundidad del amor de Cristo y de la comunidad que vive de él. Han pasado más de dos mil años y, sin embargo, las obras de misericordia siguen haciendo visible la bondad de Dios.

Todavía hay poblaciones enteras que sufren hoy el hambre y la sed, y despiertan una gran preocupación las imágenes de niños que no tienen nada para comer. Grandes masas de personas siguen emigrando de un país a otro en busca de alimento, trabajo, casa y paz. La enfermedad, en sus múltiples formas, es una causa permanente de sufrimiento que reclama socorro, ayuda y consuelo. Las cárceles son lugares en los que, con frecuencia, las condiciones de vida inhumana causan sufrimientos, en ocasiones graves, que se añaden a las penas restrictivas. El analfabetismo está todavía muy extendido, impidiendo que niños y niñas se formen, exponiéndolos a nuevas formas de esclavitud. La cultura del individualismo exasperado, sobre todo en Occidente, hace que se pierda el sentido de la solidaridad y la responsabilidad hacia los demás. Dios mismo sigue siendo hoy un desconocido para muchos; esto representa la más grande de las pobrezas y el mayor obstáculo para el reconocimiento de la dignidad inviolable de la vida humana.

Con todo, las obras de misericordia corporales y espirituales constituyen hasta nuestros días una prueba de la incidencia importante y positiva de la misericordia como valor social. Ella nos impulsa a ponernos manos a la obra para restituir la dignidad a millones de personas que son nuestros hermanos y hermanas, llamados a construir con nosotros una «ciudad fiable».[19]

19. En este Año Santo se han realizado muchos signos concretos de misericordia. Comunidades, familias y personas creyentes han vuelto a descubrir la alegría de compartir y la belleza de la solidaridad. Y aun así, no basta. El mundo sigue generando nuevas formas de pobreza espiritual y material que atentan contra la dignidad de las personas. Por este motivo, la Iglesia debe estar siempre atenta y dispuesta a descubrir nuevas obras de misericordia y realizarlas con generosidad y entusiasmo.

Esforcémonos entonces en concretar la caridad y, al mismo tiempo, en iluminar con inteligencia la práctica de las obras de misericordia. Esta posee un dinamismo inclusivo mediante el cual se extiende en todas las direcciones, sin límites. En este sentido, estamos llamados a darle un rostro nuevo a las obras de misericordia que conocemos de siempre. En efecto, la misericordia se excede; siempre va más allá, es fecunda. Es como la levadura que hace fermentar la masa (cf. Mt 13,33) y como un granito de mostaza que se convierte en un árbol (cf. Lc 13,19).

Pensemos solamente, a modo de ejemplo, en la obra de misericordia corporal de vestir al desnudo (cf. Mt 25,36.38.43.44). Ella nos transporta a los orígenes, al jardín del Edén, cuando Adán y Eva se dieron cuenta de que estaban desnudos y, sintiendo que el Señor se acercaba, les dio vergüenza y se escondieron (cf. Gn 3,7-8). Sabemos que el Señor los castigó; sin embargo, él «hizo túnicas de piel para Adán y su mujer, y los vistió» (Gn 3,21). La vergüenza quedó superada y la dignidad fue restablecida.

Miremos fijamente también a Jesús en el Gólgota. El Hijo de Dios está desnudo en la cruz; su túnica ha sido echada a suerte por los soldados y está en sus manos (cf. Jn 19,23-24); él ya no tiene nada. En la cruz se revela de manera extrema la solidaridad de Jesús con todos los que han perdido la dignidad porque no cuentan con lo necesario. Si la Iglesia está llamada a ser la «túnica de Cristo»[20] para revestir a su Señor, del mismo modo ha de empeñarse en ser solidaria con aquellos que han sido despojados, para que recobren la dignidad que les han sido despojada. «Estuve desnudo y me vestisteis» (Mt 25,36) implica, por tanto, no mirar para otro lado ante las nuevas formas de pobreza y marginación que impiden a las personas vivir dignamente.

No tener trabajo y no recibir un salario justo; no tener una casa o una tierra donde habitar; ser discriminados por la fe, la raza, la condición social…: estas, y muchas otras, son situaciones que atentan contra la dignidad de la persona, frente a las cuales la acción misericordiosa de los cristianos responde ante todo con la vigilancia y la solidaridad. Cuántas son las situaciones en las que podemos restituir la dignidad a las personas para que tengan una vida más humana. Pensemos solamente en los niños y niñas que sufren violencias de todo tipo, violencias que les roban la alegría de la vida. Sus rostros tristes y desorientados están impresos en mi mente; piden que les ayudemos a liberarse de las esclavitudes del mundo contemporáneo. Estos niños son los jóvenes del mañana; ¿cómo los estamos preparando para vivir con dignidad y responsabilidad? ¿Con qué esperanza pueden afrontar su presente y su futuro?

El carácter social de la misericordia obliga a no quedarse inmóviles y a desterrar la indiferencia y la hipocresía, de modo que los planes y proyectos no queden sólo en letra muerta. Que el Espíritu Santo nos ayude a estar siempre dispuestos a contribuir de manera concreta y desinteresada, para que la justicia y una vida digna no sean sólo palabras bonitas, sino que constituyan el compromiso concreto de todo el que quiere testimoniar la presencia del reino de Dios.

20. Estamos llamados a hacer que crezca una cultura de la misericordia, basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufrimiento de los hermanos. Las obras de misericordia son «artesanales»: ninguna de ellas es igual a otra; nuestras manos las pueden modelar de mil modos, y aunque sea único el Dios que las inspira y única la «materia» de la que están hechas, es decir la misericordia misma, cada una adquiere una forma diversa.

Las obras de misericordia tocan todos los aspectos de la vida de una persona. Podemos llevar a cabo una verdadera revolución cultural a partir de la simplicidad de esos gestos que saben tocar el cuerpo y el espíritu, es decir la vida de las personas. Es una tarea que la comunidad cristiana puede hacer suya, consciente de que la Palabra del Señor la llama siempre a salir de la indiferencia y del individualismo, en el que se corre el riesgo de caer para llevar una existencia cómoda y sin problemas. «A los pobres los tenéis siempre con vosotros» (Jn 12,8), dice Jesús a sus discípulos. No hay excusas que puedan justificar una falta de compromiso cuando sabemos que él se ha identificado con cada uno de ellos.

La cultura de la misericordia se va plasmando con la oración asidua, con la dócil apertura a la acción del Espíritu Santo, la familiaridad con la vida de los santos y la cercanía concreta a los pobres. Es una invitación apremiante a tener claro dónde tenemos que comprometernos necesariamente. La tentación de quedarse en la «teoría sobre la misericordia» se supera en la medida que esta se convierte en vida cotidiana de participación y colaboración. Por otra parte, no deberíamos olvidar las palabras con las que el apóstol Pablo, narrando su encuentro con Pedro, Santiago y Juan, después de su conversión, se refiere a un aspecto esencial de su misión y de toda la vida cristiana: «Nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual he procurado cumplir» (Ga 2,10). No podemos olvidarnos de los pobres: es una invitación hoy más que nunca actual, que se impone en razón de su evidencia evangélica.

21. Que la experiencia del Jubileo grabe en nosotros las palabras del apóstol Pedro: «Los que antes erais no compadecidos, ahora sois objeto de compasión» (1 P 2,10). No guardemos sólo para nosotros cuanto hemos recibido; sepamos compartirlo con los hermanos que sufren, para que sean sostenidos por la fuerza de la misericordia del Padre. Que nuestras comunidades se abran hasta llegar a todos los que viven en su territorio, para que llegue a todos, a través del testimonio de los creyentes, la caricia de Dios.

Este es el tiempo de la misericordia. Cada día de nuestra vida está marcado por la presencia de Dios, que guía nuestros pasos con el poder de la gracia que el Espíritu infunde en el corazón para plasmarlo y hacerlo capaz de amar. Es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno, para que nadie piense que está fuera de la cercanía de Dios y de la potencia de su ternura. Es el tiempo de la misericordia, para que los débiles e indefensos, los que están lejos y solos sientan la presencia de hermanos y hermanas que los sostienen en sus necesidades. Es el tiempo de la misericordia, para que los pobres sientan la mirada de respeto y atención de aquellos que, venciendo la indiferencia, han descubierto lo que es fundamental en la vida. Es el tiempo de la misericordia, para que cada pecador no deje de pedir perdón y de sentir la mano del Padre que acoge y abraza siempre.

A la luz del «Jubileo de las personas socialmente excluidas», mientras en todas las catedrales y santuarios del mundo se cerraban las Puertas de la Misericordia, intuí que, como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se debe celebrar en toda la Iglesia, en el XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, la Jornada mundial de los pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el cual se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25,31-46). Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza está en el corazón del Evangelio y sobre el hecho que, mientras Lázaro esté echado a la puerta de nuestra casa (cf. Lc 16,19-21), no podrá haber justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testimonio de la misericordia.

22. Que los ojos misericordiosos de la Santa Madre de Dios estén siempre vueltos hacia nosotros. Ella es la primera en abrir camino y nos acompaña cuando damos testimonio del amor. La Madre de Misericordia acoge a todos bajo la protección de su manto, tal y como el arte la ha representado a menudo. Confiemos en su ayuda materna y sigamos su constante indicación de volver los ojos a Jesús, rostro radiante de la misericordia de Dios.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de noviembre, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, del Año del Señor 2016, cuarto de pontificado.

FRANCISCO

[1] In Io. Ev. tract. 33,5.
[2] Pastor de Hermas, 42, 1-4.
[3] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013, 27: AAS 105 (2013), 1031.
[4] Misal Romano, III Domingo de Cuaresma.
[5] Ibíd., Prefacio VII dominical del Tiempo Ordinario.
[6] Ibíd., Plegaria eucarística II.
[7] Ibíd., Rito de la comunión.
[8] Ritual de la Penitencia, n. 102.
[9] Ritual de la Unción y de la pastoral de enfermos, n. 143.
[10] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 106.
[11] Cf. Id. Const. dogm. Dei Verbum, 2.
[12] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013, 142: AAS 105 (2013), 1079.
[13] Cf. Benedicto XVI, Exhort. ap. postsin. Verbum Domini, 30 septiembre 2010, 86-87: AAS 102 (2010), 757-760.
[14] Cf. Carta con la que se concede la indulgencia con ocasión del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, 1 septiembre 2015: L’Osservatore Romano ed. Española, 4 de septiembre de 2015, 3-4
[15] Cf. ibíd.
[16] Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 19 marzo 2016, 1.
[17] Cf. ibíd., 291-300.
[18] Misal Romano, Vigilia Pascual, Oración después de la Primera Lectura.
[19] Carta. enc. Lumen fidei, 29 junio 2013, 50: AAS 105 (2013), 589.
[20] Cf. Cipriano, La unidad de la Iglesia católica, 7.

Tomado del texto oficial en español publicado en la página de la Santa Sede (aquí)